El
juez leyó los cargos por los que el acusado se encontraba
ante él, después cerrando el archivo le miro con ojos cansados y una sonrisa
indecente, la cara desfigurada de la vejez corrupta.
El
acusado froto sus manos impaciente, el traje reclamo de
apariencias hizo su trabajo cubriendo sus vergüenzas, no era suciedad lo que
había bajo la tela, eran los sudores fríos de quién juega su libertad en el
mercado de favores y cuentas bancarias.
El
juzgado ya no era una corte de justicia, ni un palacio de
la aplicación injusta de la ley de los hombres ciegos con sus balanzas de
mercader y sus espadas de mercenario.
Ya
sólo era una sala de lectura, dónde los actores recitan
su papel en la comedia que se representa a falta de la ya muerta... justicia.