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Esos pies de mármol, de pétrea planta y descomunal tamaño, eran antiguos miembros de un cuerpo altivo, que se habían visto convertidos en meros vestigios, de una sombra valiente que guardaba el paso, ante aquel laberinto claustrofóbico, siniestro, oscuro por no decir tenebrosamente tétrico…
-¡Entrare!... Mi malherido amigo, y no seré yo quien venda de saldo su piel, voluntad o vida. –Y con cada una de las palabras, empujé mi sangre a correr y dar impetuosas sacudidas a mis frías extremidades, que quizás por las historias, quizás por el lugar, o ¡por lo crudo del estertor!... suspiro último, del maltrecho despojo… que una vez se llamo hombre... ya no querían reaccionar…
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