Saltar al vacío es precioso, lo recuerdo con morriña, que bello era verlo todo ir tan rápido y sentir tanta emoción, ese abrazo del ansia a la boca del estómago, deseoso de contemplar todo lo posible en el viaje.
Y ahora... ahora que no salto, es curioso... pero en lugar de haber quietud, lo que hay es amargura, porque por no saltar, parece que sólo sepa caer...
Confuso y horrorizado, porque no encuentro el valor para llegar al duro suelo.
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